PASSENGERS
Director: Morten Tyldon
Todos los martes mi hijo y yo tenemos una cita sagrada que se llama el martes TIVI (Tiag, Viviana). A veces conversamos, a veces permanecemos juntos en silencio, y a veces vemos una película de su elección. “Te propongo Passengers”, me dijo el martes pasado, “es buena”. Leí la reseña y no me enganchó, pero debía darle gusto a mi hijo. En un rutinario viaje espacial futurista hacia un planeta distante, por culpa de una avería en el computador máster, un pasajero es despertado 90 años antes de su llegar a su destino. Los demás cinco mil pasajeros continúan en un profundo estado de hibernación. Este ser, Jim, cae en cuenta que vivirá el resto de su vida solo, rodeado de muchos lujos, pero solo, absolutamente solo. Eventualmente, una pasajera, Aurora, interpretada por Jennifer Lawrence, también es despertada prematuramente, y luego deben confrontar juntos situaciones muy intensas.
La película tiene críticas negativas, pero a mí, me fascinó. Soy una persona con gustos raros, algo que ya he aceptado, y supongo que por esta misma razón algunas de las películas consideradas geniales me han decepcionado. En cambio, Passengers me llegó hasta el fondo. ¿Cómo enfrentar una soledad sin remedio? ¿Cómo convivir en pareja en un mundo con dos únicas personas? ¿Cómo tratar de entender la vida? ¿Cómo enfrentar el miedo sin ninguna opción ni salida? No quiero dañar el sorprendente final, pero sí les revelo que me impulsó a cuestionarme nuevamente muchas cosas. Me parece importante repetir unas palabras de Aurora: “Planificamos nuestros futuros, pero olvidamos que somos solo pasajeros en camino hacia un destino que no podemos controlar. A veces nos obsesionamos pensando y luchando por llegar a dónde queremos llegar, y nos olvidamos de hacer lo mejor posible aquí donde estamos”.
El filme me mantuvo sentada al filo de la cama sin poder ni parpadear. Me conmovió a tal punto que he seguido reflexionando sobre la historia y sus personajes. Raras cosas me sorprenden hoy por hoy, pero esta no solo me llamó la atención, sino que me dejó pensando y pensando. Bien vale ir a ver esta película.
NOTA: 8 / 10
MARIA JOAQUINA EN LA VIDA Y EN LA MUERTE
Por: Jorge Dávila Vásquez
La leí hace tiempos y regresó en estos días a mi mente porque me pidieron nombrar las cinco novelas ecuatorianas que deben ser leídas. Considero que está en esa categoría. Es la historia novelada de Marieta de Veintimilla, sobrina del dictador Ignacio de Veintimilla, identificados en la novela como María Joaquina (uno de mis nombres favoritos) y de Santis. Muy bien escrita, con sobriedad, narra la relación sexual del dictador con su sobrina, materia de escándalo en el Quito de los 1830s. Él desea casarse con su joven sobrina, pero la iglesia católica no se lo permite.
Es una novela de estructura experimental y fragmentada, llena de contrastes, fuerte, moderna, innovadora, que debió ser ubicada con sobra de méritos entre las grandes obras internaciones. A pesar de haber recibido el premio Aurelio Espinosa Pólit en 1976, me frustra y me altera que, a veces, nuestro pequeño y soso país queda en el olvido para el resto del mundo. Opino que Dávila Vásquez transformó en mucho la narrativa ecuatoriana.
Pero, más allá de la riqueza intelectual de la obra, quien no se divierte leyendo acerca de los lujos y derroches de la época, la sobrina causando furor con trajes transparentes y glamorosos, según el último grito de la moda parisina. En la vida real, es a Marieta de Veintimilla a quien debemos el magnífico Teatro Sucre, un residuo de cultura y belleza que nos legó, en medio de tantos lujos europeos que trajo consigo a la sosegada y conventual ciudad de Quito.
La disfruté tanto que la recomiendo con entusiasmo. No es larga. Es apasionante. Nos conduce a creer, por momentos, que no todo fue tan provinciano ni tan recatado en aquella conservadora sociedad de hace casi dos siglos.
NOTA: 9 / 10
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