Foto: Nadia Acevedo
Mucho he hablado de lo que me gusta, de mis recuerdos, de lo que me hace feliz. ¿Por qué no levantarnos un día y recitar de frente todo lo que nos molesta o nos fastidia? ¿Es eso ser negativa o pesimista? Por último, si lo soy, ¿qué? Ya ha pasado bastante tiempo. Ya no soy la joven de 20 ni de 30. Ya no me interesa posar ni mostrar nada a nadie, más allá de lo que realmente soy, con mis virtudes y mis defectos. A veces, una tiene ganas de engañar, de mostrarse de cierta manera, pero no, esa no es la verdad.
A veces me pregunto qué me propongo al lanzar estas cartas a la cascada si tú, Juan, ya te fuiste y no me escuchas. Como dijo Simone de Beauvoir cuando murió Sartre: “Vivos no nos veremos más. No creo en otra vida. Suficiente suerte tuvimos de poder compartir tantos años juntos”. Yo tuve la suerte de que tú fuiste mi mentor y mi mejor amigo. A veces me enervabas por lo impositivo que eras, y todo debía hacerse a tu manera, pero nadie me entendía y me apoyaba mejor que tú. Podía darnos las 6 de la mañana conversando, nunca nos faltaba un tema, hasta en una piedra encontrábamos motivo de conversación.
En todo caso, sin tener mucho que ver lo uno con lo otro, esta carta es para contarme a mí misma qué es lo que no me gusta.
1.- No me gusta que hayas muerto. La vida se volvió bastante insípida y los colores se opacaron. No me gusta. Pero ya tu recuerdo es lejano. A veces parece que contigo fui otra persona. Eso es triste y tampoco me gusta.
2.- No me gusta que, a raíz de tu muerte, bloqueé la música. Yo, que tuve la suerte de estar presente en conciertos de algunos genios, que asistí a las mejores óperas, que perdí un autógrafo de Pavarotti quien me guiñó el ojo cuando me lo dio. Y también extravié uno de Yvo Pogorelić, el famoso pianista croata. Vi bailar a Nureyev y a Baryshnikov. Un día estuve sentada al lado de Mick Jagger, aunque nadie me crea. No me importa. Por eso no me gusta que bloqueé la música. Ahora debo forzar duro mi mente para recordar arias de las óperas más hermosas, aquellas que escuchábamos casi a diario en casa, aquellas que vimos juntos, Aida, Turandot, Madame Butterfly, Carmen, La Traviata.
3.- No me gusta salir del mar luego de haberme sacado la madre trotando tan solo 4 kilómetros, lejísimos de los 10 km. diarios que Murakami dice correr todos los días en su libro De Qué Hablo Cuando Hablo de Correr. Tengo el pelo cada vez más largo y más crespo, y me pesa una barbaridad, y las gotas rodando por mi espalda me producen una sensación horrible. No me puedo secar porque no tengo toalla a la mano, y siento mi piel por demás desagradable y pegajosa. No me gusta. Es incómodo, me molesta. Sin embargo, lo hago casi todos los días que paso en la playa porque me siento orgullosa de haberme levantado temprano a trotar. Y también porque, mientras troto, voy saboreando ese delicioso desayuno que me espera en casa.
4.- No me gusta levantarme a trotar. Lo odio. Después, cuando ya he acabado, me siento riquísimo. Me digo que soy alguien que hizo algo por su cuerpo. Según mi autopercepción, no mejoro, pero sí me mantengo. Mi hijo me decía hace unos días: no me gusta levantarme para clases de kenpo, pero, cuando estoy ahí, me siento feliz. A veces, el hacer algo que no nos gusta, nos conduce a sentirnos bien.
5.- No me gusta que me reten todo el tiempo por aquellas cosas que no hago bien. Es verdad, no soy muy lady y, supongo, que es para mi beneficio el que me corrijan. Pero, ¡qué frustrante! A ratos solo quiero salir corriendo. Me quedo porque mi raciocinio concluye que es para bien y que, por ende, debo agradecer. Aunque me irrite. Creo que debo mantener la mente abierta y escuchar, y también hacer un esfuerzo por mejorar. Solo quisiera que no fuera tan seguido. Yo en cambio, reclamo poco, creo, aunque muchas cosas no me gusten. ¿Será porque soy floja? ¿O débil? ¿O tremendamente codependiente?
6.- No me gusta que no me cumplan. Que me dejen esperando. Que me prometan algo y que no se produzca.
7.- No me gusta pelear con mi hijo. Qué difícil es ser madre. Una trata y trata, y siempre toca estar atenta al caballito que desea imponerme su voluntad.
8.- No me gusta el gentío. No me gustan las colas. No me gusta el tráfico de Quito ni el de Los Ángeles ni el de ninguna ciudad. Me altera.
9.- No me gustan los mentirosos. Pierden el tiempo y me lo hacen perder a mí. Y, lo que realmente me duele, es que siempre acabas descubriendo sus patrañas, sus traiciones, lo que hicieron y no te contaron. O lo que te contaron al revés. Tantas veces me he preguntado si mienten porque no se dan cuenta, o porque no te quieren, o porque de verdad creen que van a salirse con la suya. Si alguien te va a poner los cuernos, igual te vas a enterar, igual la relación se va a acabar. Si alguien te quiere estafar, lo vas a saber tarde o temprano. ¿No es mejor evitarse todo y hablar siempre con honestidad? Digo yo.
9.- No me gustan mis crisis del mal de Addison. Las odio con toda mi alma. Me frustran. Me causan miedo. Me da pánico pensar en morir porque amo la vida. Cuando emerjo de una crisis, quedo asustada, tan frágil y muy, pero muy, triste. No es fácil recuperarse.
10.- No me gusta ir al ginecólogo. Me parece la humillación más grande, como lo dice Eve Ensler en Los Monólogos de la Vagina. Y por eso siempre busco excusas para no hacerlo.
11.- No soporto ver medias botadas en el piso. Me trastorna, me desagrada, me parece horrible. Es una aversión que he tenido desde niña, cuando me agaché a mirar bajo la cama de un hermoso hotel y encontré, oh no, una media sucia. Me provocó tal asco que corrí al baño a vomitar. Tenía diez años y, desde ese día, quedé asqueada de las medias sucias. Mis hijos lo saben muy bien. Me descontrolo si las veo. Tal como a otras personas les disgustan los platos sucios o la casa desordenada. Son manías, supongo neuras de vieja, pero cómo me alteran.
12.- No me gusta no poder bajar de peso como anhelo. Especialmente después de esforzarme con tanto ejercicio y limitarme en la comida. Por todo lo que hago, debería pesar máximo 50 kilos. Le echo la culpa a mi dosis diaria de cortisona para el Addison. Me caen mal las flacas anoréxicas, sea porque mienten y realmente no comen o sea porque, simplemente, gozan de la bendita fortuna de darse lujos en la mesa que yo no puedo. A mí me gusta comer, y me encantaría poder hacerlo sin engordar.
13.- No me gustan mis canas. Las odio. Comencé a encanecer los 20 y ahora, para mantenerme bien con mi pelo negro, debo ir cada quince días a la peluquería. No me gusta perder horas pintándomelas en un salón de belleza, pero nadie jamás me verá con pelo blanco.
14.- No me gusta que el día no disponga de más horas para poder leer y escribir. Hay tantos libros que quiero leer. Unos quedan a medias, otros ni los empiezo. He comenzado a leer Lolita de Nabokov, y eso sí me gusta.
15.- No me gusta perder el interés por las cosas. A veces busco la ilusión en algo que antes me apasionaba y, hoy, ya no está. Simplemente no está, se fue. Así, la vida se vuelve un poco más aburrida.
16.- No me gusta no poder dormir bien. Es tan rico cerrar los ojos y partir. Las noches en blanco en sí no son tan graves, pero el agotamiento del día siguiente es fatal. Todavía no entiendo por qué eso se da. Por qué de noche aparecen los pensamientos que no dan la cara durante el día. Me dicen que pienso demasiado y que ese es mi problema. Pero, no sé cómo detener los pensamientos. No me gusta.
17.- No me gusta regresar de un viaje. Me embarga la tristeza.
18.- No me gusta que no soy más fuerte e insensible.
19.- No me gusta callar cuando quiero gritar que algo no me gusta.
20.- No me gusta cumplir años. Es triste.
21.- No me gusta sentirme incapaz de manejar con tino las peleas o discusiones con mis seres queridos. La verdad me encantaría ser más fría y pausada. Yo me enloquezco, pierdo los estribos, y siempre termino pidiendo perdón, aunque la mitad de las veces la culpable no sea yo. Capaz que mi problema es baja autoestima. Admiro a mi gato porque, cuando él se resiente, se aleja y no te para bola hasta que tú vayas a buscarlo, aunque haya sido su culpa. Yo quisiera ser así. No me hago muchas ilusiones de poder transformarme y convertirme en esa nevera que deseo ser, pero lo seguiré intentando.
22.- No me gusta tener 54 años y mirar hacia atrás y ver que cometí tantos errores. Cuando hago kickboxing imagino que golpeo a todo aquellos quienes, en su momento, me hirieron. Eso me reconforta.
23.- No me gusta quedarme esperando a que pasen cosas y que no pase absolutamente nada.
24.- No me gusta no haber disfrutado mucho más de mi soledad. Yo la paso muy bien conmigo misma y eso sí me encanta.
25.- No me gusta haberme refrenado de hacer ciertas cosas por cobardía. Me hubiera gustado conocer más países, ser más aventurera. Tal vez fue el Addison el que me impidió, pero no me gusta.
26.- No me gusta la gente aburrida, aburrida para mí claro está, puede que sea lo más divertida para otros. Yo soy rara, eso ya lo sé. Y sí me gusta ser rara.
27.- No me gustan las películas dobladas al español. Creo que es una afrenta, un insulto, y las detesto.
No me gusta desvelarme, pero en este momento me encanta estar desvelada escribiendo. Es por un virus que me tiene mal y adolorida, y no me deja dormir. Quiero vivir en una cabaña en Vermont y escribir y escribir. Levantarme a quitar la nieve de la acera de mi casa, puesta una chompa gruesa y botas pesadas. Y luego salir a esquiar. No me gusta pensar que probablemente no lo haré por cobarde.
La verdad verdadera es que, en medio de tantas cosas que no me gustan, siempre puedo saborear una tableta de chocolate que me fascina, sorber un exquisito café o recostarme a leer una novela divina. Eso sí me gusta. Y así me olvido de todo lo que no me gusta.
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