Me ocurrió algo que no fue nada bonito. Por eso mismo lo quiero compartir. El día miércoles pasado me desperté a las 4:30 de la mañana, hora rara para mi, aunque usual para un autor que estoy comenzando a conocer, Haruki Murakami, un japonés que se levanta todos los días a esa hora para sentarse a escribir sus novelas hasta las 09:00. Lejos de angustiarme, como me ha solido ocurrir en otras ocasiones, me puse a pensar en escribir algo y, lo primero que se me vino a la mente, fue el blog de esta semana. Por la fecha, las alternativas eran muy específicas: el cumpleaños tuyo, Juan, (el 23 de noviembre hubieras cumplido 51) o el Thanksgiving (Día de Acción de Gracias). Me decidí por el Thanksgiving por varias poderosas razones, pero, antes de enumerarlas, debo afrontar el mal rato que mencioné al comienzo. Resulta que esa madrugada escribí el blog más hermoso. Me quedé con la impresión que era un texto casi perfecto, francamente, perfecto a plenitud, pero, pero, pero… nunca será publicado porque… lo he olvidado por completo. ¿Cómo pude haberlo olvidado si yo misma lo escribí? Es que lo “escribí” solamente en mi cabeza. A eso de las 6:00 me volvió a dar sueño, me quedé dormida y… se borró mi blog. Como que lo hubiese escrito completo en mi compu, pero sin tomarme la molestia de hacer clic en “guardar” antes de apagarla. Cuando me desperté, caí en cuenta que este texto se había esfumado, como tantas cosas que he “redactado” en mi cabeza. No tuve la disciplina de echar mano de mi celular y dictar lo que tenía en mente. Redacté aquel blog con puntos y comas, con principio, medio y final, con estrellitas y demás adornos… pero todo, absolutamente todo, se borró de mi memoria.
Para una escritora, esto es una tragedia, pero me sucede. Y sucede porque una es descuidada, porque una apuesta que lo va a recordar porque una historia tan intensa no puede desaparecer. Todo esto, a pesar de que estoy plenamente consciente de que las 4:00 es la hora más creativa, cuando la mente está limpia y fresca, cuando nos envuelve el silencio y no hay distracciones. Esto no lo digo yo. Está comprobado en cualquier cantidad de estudios científicos. Pero, tal vez justamente por eso, mi mente no hace caso. Se puede comprender tantas cosas a esa hora de la madrugada y, así de fácil, ese entendimiento se puede borrar. Me frustra que todavía no he logrado aprender esta lección.
En todo caso, consciente que no va a quedar ni la mitad de bueno que mi texto borrado, lo he vuelto a escribir, tal y como me nace hoy al mediodía, sentada disciplinadamente en mi escritorio, mi disciplina una virtud que compensa, por lo menos en parte, mis múltiples defectos. Y lo hago con humildad porque, si lo que anhelo es escribir, entonces no debo ponerme a buscar excusas.
Ahora sí, al grano. Una de mis autoras preferidas, Anne Lammot, escribió un libro titulado Help, Thanks, Wow! (Ayuda, Gracias, Wow). Muy interesante. Ella no es una escritora de autoayuda, sino alguien que reflexiona, con mucha sabiduría, acerca de lo que es la vida. Y enfatiza la importancia de agradecer. Muy rara vez todo en la vida resulta bueno, pero siempre, siempre, pudo haber sido peor. La afamada celebridad Oprah Winfrey, anfitriona de su exitosísimo talk show, lleva un diario de agradecimiento. En toda ocasión que puede, enfatiza públicamente la necesidad de expresar gratitud, y hacerlo todos los días. La verdad es que, la mayor parte del tiempo, una pasa quejándose, que el tráfico, que la falta de dinero, que la comida desabrida, que una no durmió bien, que alguien nos perjudicó, que no nos valoran, que los hijos se portan mal, que la refri se dañó… la lista de tantos ques es tan larga que no me alcanzarían estas páginas. Claro que todo es real, que sí existen el dolor, la molestia, la rabia, los maltratos y el aburrimiento, pero debido a un incidente sucedido exactamente hace un año, esto fue recuestionado.
El año pasado celebramos nuestro primer Thanksgiving con una hermosa cena familiar. Ese día me hice la promesa de comenzar a agradecer por todo, inclusive cosas malas. Eso no significa que no me queje. Es que, perfecta, no soy y, además, mi naturaleza es bastante negativa. A lo largo de cada día, encuentro por lo menos diez mil cosas que me frustran y me alteran, pero, cada noche, antes de dormir, digo gracias. Y lo digo con sinceridad porque también tengo muchas, muchísimas, cosas buenas en mi vida. Mi verdad íntima es que deseo ferozmente que estuvieras vivo Juan y poder tomarme un café contigo; me encantaría caminar del brazo de mi padre escuchando sus consejos; me deleitaría tomar un jerez con mi mamá. Ellos ya no están. Se fueron para siempre, pero siguen en mi presente, en mi escritura. Tengo a mi lado una persona que me ama tal como soy, con todas mis torpezas corporales; tengo mi hijo con quien comparto muchos momentos hermosos; tengo mi gato que percibe cada vez que me siento triste y viene a acostarse junto a mí; tengo a Margarita que se preocupa que no me falte nada. Me siento bien y eso vale mucho.
En algún momento, toparé lo que es vivir con el mal de Addison. No siempre es fácil, pero hoy por hoy estoy más que estable, es más, me veo diez años más joven ahora que hace una década. Melody Beattie, reconocida autora de autoayuda por sus profundos y famosos libros, relata en The Language of Letting Go y Codependent No More que, cuando murió su hijo Shane, le manifestó a Dios que ella no quería pasar por ese dolor, que por favor le quitara ese cáliz. Que no quería atravesar el dolor otra vez, ya había pasado por situaciones malas, ya no más. Sabía que tenía que vivir, pero quería hacerlo con situaciones felices. Esto no pasó, tuvo que atravesar la pérdida y salir adelante y salió. Aprendió paracaidismo y recorrió el mundo, lo que quiere decir que mientras estemos vivos, nada ha acabado. Cuántas veces no lo he pedido, quítame este caliz, permíteme no sufrir, ya conozco el dolor en los tobillos cuando va a comenzar a caer la lluvia y me va a tocar atravesar el malo y oscuro camino, la opresión en el pecho cuando, la mueca para abajo en los labios que ya no quieren sonreír, y sin embargo… Esos momentos malos permiten que, más tarde, aprecie el sol cuando aparece en mi ventana, por tibio que sea. Por eso vuelvo a mi presente, a mis rutinas, a mis logros, a lo que hace el día a día. Mis hijas están lejos, pero son mi orgullo y eso es para agradecer. Están mis hermanos, a una llamada de distancia. Está mi escritura que me salva siempre. Es demandante y es cruel, pero me salva porque simplemente amo escribir. Si vuelvo a nacer quiero ser escritora otra vez.
Creo que el día de Thanksgiving es el más lindo de los 365 días que tiene el año porque no conlleva el materialismo de los regalos que lamentablemente caracteriza la Navidad. Por el contrario, hay mucha calidez humana, momentos de introspección y un genuino sentimiento de gratitud. El jueves 22 de noviembre cenamos en familia y fue una velada muy emotiva y cariñosa. Pero, el mundo no siempre sintoniza con los sentimientos que una tiene. Despedía a mi hermano y su novia, cuando timbró el citófono y escuchamos que mi hermana, desesperada, nos pedía que bajáramos. Ella se había acabado de ir. El guardia del edificio nos informó que habían tratado de robar su auto en plena González Suárez. Cuando llegué a la calle, mis sobrinas todavía estaban llorando del susto. Ante esta escena, me sorprendí diciéndome: Gracias. Pudo haber sido peor. Mi hermana y sus hijas están bien. El auto, abierto y bloqueado, pero sigue en su sitio. Hay gente que sostiene que cuando uno agradece hasta por lo malo, las cosas comienzan a mejorar. Suena bonito, ¿no?