Este blog salió hace un año. Esto ocurrió hace un año. Todo sigue igual excepto por el último párrafo. El último párrafo es mi hoy actual.
Y de pronto llega la pausa. Vivo en cuarta hasta el viernes 6, día del estreno de mi nueva obra ¿Bailamos…? con presentaciones sábado y domingo. Embrago y paso a primera desde el lunes. 11:00 AM, ya puedo divisar el mar. Llegamos y mientras mi Bogie descansa su mal de “bajura”, yo bajo a la playa y respiro lo que amo. ¿Felicidad? Son esos instantes, el olor a húmedo a calor, el sabor salado. Casi no hay gente. Recorro la playa y luego me boto en la arena, cierro los ojos y siento el sol calentar mi cuerpo y mi espíritu.
Todo comenzó como empieza un cuento, reza la canción de Carlos Vives. Esta es una oda al apartamento de mi madre. Mis hijas habrán tenido 10 años cuando mi mamá llamó una noche a contarme, novelera, que iba a comprar una propiedad en la playa. ¿Ella, playa? Parecía mentira. Si sólo le gustaba el páramo y el frío. Pero, se había vuelto a enamorar y a su novio (hombre maravilloso) le gustaba el mar. En un paseo, ella había descubierto este hermoso departamento en la colina. Allá fuimos en el verano y ése sería el comienzo de muchos viajes. Poco tiempo después, vendió ese departamento y se entusiasmó por construir otro más arriba, al que le acompañé en todas sus etapas. Ya su marido había enfermado y la ilusión era en solitario, pero nos gustaba. Recuerdo muchos viernes tarde saliendo con las niñas del colegio, o solo las dos, para ayudarle en lo que se requiriera. Y entonces yo cerraba los ojos y sentía que estaba bien en ese espacio, que calmaba mis angustias y mis decepciones, que me dejaba dormir en paz. Siempre he dormido en paz en ese departamento. Hay lugares que a uno le provocan paz, valga la repetición; el apartamento de mi madre es uno de esos. Y cada verano, y en muchas otras ocasiones, ese espacio ha sido especial.
VERANO DEL 2010: Nos preparamos todos a pasar 17 días en la playa. Todos somos mi madre, sus nietos y yo. Llegaría mi hermano en su momento. Yo no quiero volver a Quito. Estoy instalada con todos mis libros (a la época aún no creía en el mágico Kindle) y me dediqué a leer. En esa época arrasé con todas las túnicas de la tienda de la playa. Había engordado y nada me quedaba, pero me sentía feliz con esas ropas sueltas y, además, estaba descubriendo la historia de Pakistán e India por varios libros y películas que me apasionaron en su momento. Me enamoré del Shalwar Kameez, de la controversial familia Bhutto y de la familia Ghandi, no menos polémica. Pepe Jijón, el famoso escalador y vecino nuestro, reía divertido durante mis conversaciones apasionadas de todo lo que significaba ese lado del mundo.
VERANO DEL 2012: Mi mamá está muy enferma. Le quedan pocos meses de vida. Su tráquea se está cerrando y yo no sé si por bien hacer, o por egoísmo, sugiero ir unos días a la playa. Estamos juntos. Morgana le canta canciones. Ella trata de salir adelante. Quiero que muera allá y no en medio de enfermeras en un hospital. Nos metemos a la cama Tiag, Morgana y yo. Ahora pienso que fueron unos días muy especiales, a su extraña y dolorosa manera, lindos. Le escucho respirar con dificultad, creo que nunca me he sentido tan cercana a ella y me lleno de dolor, pero por absurdo que suene, me siento en paz. Por la mañana, me acosa la angustia. Mi hermano me llama, mi hermana ya tiene listo el hospital. Regresamos. Hubiera querido quedarme con ella. Lo que se vendría después no será bonito.
NOVIEMBRE 2013: Regreso a cerrar el apartamento de mi madre. Ha muerto hace pocos días. Voy a tomar fotos para ponerlo a la venta. No me atrevo a dormir en su cuarto. Me quedo en el que ha sido mío. Tiag, de seis años, me despierta en la mañana. Es la primera vez que ha madrugado, me da la mano. Me dice que le gusta estar en el departamento de la abuelita. Sigo sin atreverme a entrar en su cuarto. Por la noche, me pide ir al velador. Él sabe que allí están los tesoros. Entramos y, al abrir, encontramos unas piedritas que le encantan, un juego de naipes y tal vez una llave vieja. Me pide quedarse con eso. Por la noche, viene un vecino y me aconseja: No vendas este lugar. A mí y a mi esposa nos encanta venir a leer y a aislarnos del mundo. No sabes la paz que da. Eso es lo que he sentido, pero el departamento ahora pertenece a los tres hermanos. Yo no tengo el dinero para comprarlo. Mi hermana tiene otros intereses y pienso que mi hermano también, pero a veces la vida te da regalos. Vuelvo el lunes a Quito, desanimada. Comento lo especial del lugar y mi hermano Sebastián me dice: No lo vendamos, comprémosle entre los dos a Lorena su parte, si no quiere quedarse con él. No lo pienso dos veces y nos quedamos. Es el mejor regalo que me ha dado mi hermano Sebastián. Se lo agradeceré toda mi vida.
DICIEMBRE 2013: Sebastián y yo vamos con nuestras familias. Luego de conversarlo, decidimos dejarlo exacto como ella lo decoró. No vamos a cambiar nada, sólo pondremos plantas en la terraza. Siento su espíritu con nosotros. Todas las paredes tienen posters de nuestras películas y obras. Ella siempre fue nuestra fan número uno. Me da un cierto pudor mirar todas mis obras en la pared, pero cuánto le agradezco el que nos haya apoyado. Pasamos días maravillosos, recordándola, riendo, conversando, comiendo.
VERANO 2014: Otra vez vamos todos, mi hermano, sus hijos, Rebequita, la hija de Lorena y mi tribu. Estoy enfrentando mi separación. Me quedo quince días. Mi hermano regresa, viene mi hija Morgana. Me siento en casa, el cuarto de mi madre me ha acogido, no quiero volver.
VERANO 2015: La crisis continúa. La separación no terminó en separación y ahora vuelve la definitiva como un tsunami. Cosas espantosas. Camino y camino en la playa. Otra vez, no quiero volver a Quito. Paso 15 días. Me reencuentro y me fortalezco para los horrores venideros. Una mañana en la playa, entramos al mar Joaco, mi amiga Marga, Nicolle y yo y nos juramos mientras saltamos las olas que haremos una película. Esta sería Sólo es una más…
VERANO 2016: Un año ha transcurrido. Vamos Tiag, su amigo Julián y yo. Enfrentamos por la noche un temblor fuertísimo. Toda la gente se regresa, nosotros nos quedamos. Unos días más tarde llega una ilusión a mi depa.
FERIADO 2017: Tres días sola con Tiag. Nos reencontramos, conversamos, somos equipo.
NAVIDAD 2017: Mis hijos, Bogie, yo. Diez días que quisiera que fueran más. Días de sol, natación, trote, lectura y escritura.
Son momentos, se han venido muchos más. Es un lugar especial, lleno de recuerdos y de presentes. Me siento yo, me gusta. Van pasando los años, los muebles van cambiando de color, el sol pega duro en los posters, se deben seguir cambiando cosas. Me mandé a hacer una mesa para escribir. En estos días, retomé mi novela. Me gusta esto. He regresado a Quito y pienso que si ese departamento hablara contaría, como en Las Horas del Verano, maravillosa película de Olivier Assayas, muchas historias familiares, cosas que le llegan a todo ser humano. Ahí se han vivido ilusiones, instantes de Instamatik, ahí hemos reído, hemos soñado, hemos peleado, cada uno a su manera y yo, en profundidad, he navegado de ida y vuelta en mi vida. El tiempo pasa, los recuerdos se apastelan, pero queda una energía.
En ese espacio fueron revisadas y escritas: No Robarás… (a menos que sea necesario), muchas versiones de la nueva novela a la que llamo Jacinta, pero que tendrá otro título, De arrugas y bisturís, Retazos de Vida, Voces, Sólo es una más…y otras historias. Me gustaba instalarme sola por la tarde, cuando todos salían a caminar o a la playa. Recuerdo también haber visto tantas películas en familia. Son ya casi doce años desde que entré con ilusión por esa puerta pensando que era el lugar más lindo del mundo. Y ahora, cada vez que llego y abro la puerta, sigo pensando lo mismo.
HOY
VERANO 2019:
Vuelvo al lugar más hermoso de la tierra. Se abre la puerta, me saluda Marylin, la mejor cocinera de la región, la persona que siempre me da una sonrisa cuando trabajo, la que lee mis blogs, la que se ríe de mis ocurrencias, la que mantiene este apartamento precioso, con todos los recuerdos. He puesto mi escritorio en la terraza y me siento todas las mañanas a escribir mi nueva novela, una novela que me tiene encantada, que para variar la comencé a escribir hace muchos años, pero que como todo en mí toma tiempo, demora, debe macerarse. Es una novela que trata sobre el rodaje de una película, algo que lo he vivido demasiado y que ahora lo revivo a través de mis recuerdos y de mi imaginación. Ya no necesito irme de rodaje para vivir esa vida de aventura porque ahora simplemente la siento a través de la escritura, de los personajes que están naciendo. Por las mañanas salgo a trotar, el clima está nublado, esto me apena un poco porque quisiera ir a caminar en la playa, pero no importa, siento que este lugar me lleva a un lugar de paz mental maravilloso, único, que me transporta. Me pudiera quedar un mes, dos meses, capaz que tres, con mis películas y mis libros y tanto que escribir.
Este apartamento nunca me ha decepcionado. El espíritu de mi madre está aquí. La veo como era, alegre, decidida, positiva, consejera. Ayer leí en una linda novela que estoy comenzando que es imposible aceptar que las personas al morir desaparecen. No puede ser, dice el personaje que ha decidido escribir una carta diaria a muchos muertos famosos (Kurt Cobain, Judy Garland, River Phoenxi, Elizabeth Bishop, entre otros) Y eso pienso yo, que su espíritu trascendió y sin poder dar una explicación racional viene y me acompaña, o impulsa y anima. En todo caso, Viviana 54 años, pronto 55 se siente bien hoy aquí en el apartamento de mi madre.
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