Jueves, 17 de junio. Coliseo Deportivo de Santo Domingos da Rana. Esperando mi turno para la segunda dosis de la vacuna. Hago la cola sola. Pienso en lo bendecida que soy. Me ha tocado, por casualidad, la Pfizer, la más eficaz de todas, la que más inmunidad proporciona. Pienso en los grupos anti-vacunas, en todos aquellos que rechazan la ciencia y se aferran a teorías ilógicas, y hasta ridículas. Me tocó palpar de cerca el virus en personas muy queridas. Yo agradezco las investigaciones de la pareja de científicos turco-alemanes de BioNTech, la empresa socia de Pfizer, y su exitoso desarrollo de la tecnología del mARN, la clave para esta nueva vacuna. Pienso en la gente que viraliza mensajes absurdos, tal como aquel que hoy circula en Bolivia: que quienes se vacunen, se convertirán en hombres lobos... ¡Wow! Algunitos parecen tener un coeficiente intelectual inferior al de mi gato. Por eso me he distanciado, no me interesan sus criterios desprovistos de sustento y reñidos con los datos reales. Quienes creemos en el progreso de la ciencia, quienes reconocemos que esta pandemia es real, debemos estar en contra de quienes pretenden seguir como si el virus fuese una mentira. Para muestra un botón: en la India, unos festivales religiosos recientes fueron conducidos igual que siempre. Y de la tremenda ola de contagios que acarrearon, poco tiempo después, surgió la variante delta, la más contagiosa y peligrosa hasta el momento. Toda esta tangente para expresar cuánto odio este virus y cuánta fuerza hago para que ya pase. Aunque, confieso, soy escéptica de que desaparezca pronto porque esto requiere que todos tomen conciencia y se vacunen. Algo que no va a suceder.
Seis meses han transcurrido desde que llegué a Portugal. Pienso que ya soy de aquí. He elegido radicarme en este país. Somos algunos en esta puerta del grial. Hemos tomado esta decisión un tanto extraña, tal vez sin ninguna razón en particular. Conozco a varias personas que han optado, como yo, por este camino. Qué difícil se me hace escribir ahora. Siempre viene a mi mente Margarita Wittmer, quien se ponía a escribir por la noche, luego de haber acabado las tareas diarias de su solitaria vida en la isla Floreana. Yo no lo logro. A las diez de la noche me desconecto. No me duermo porque, en pleno verano, todavía hay demasiada luz solar. Me duermo a eso de medianoche, pero aprovecho este espacio para ver en tv la serie portuguesa Contame como foi, la historia de la familia Lopes a través de seis décadas para así comprender, de una manera light y divertida, el Portugal contemporáneo. Alternativamente, la película The Life Ahead de Eduardo Ponti, el hijo de Sofía Loren, o un documental que me fascinó, Que Hubiese Hecho Sofía Loren En Mi Situación. Halston, una maravillosa teleserie sobre la vida del gran, grandísimo, diseñador, quien murió sin lograr recuperar su marca personal que la había vendido a un empresario en un momento de ingenuidad comercial. Así que, una vez más, deambulo entre el presente y el pasado, entre mi realidad hoy y mi sentimiento de pavor cuando despegaba de Quito hacia Madrid.
¿Como lo logré? Todavía me lo pregunto. Me aplaudo y me admiro. Nunca hubiese imaginado ser capaz de eso. Llegar por la noche al hotel Radisson de Lisboa, Tiag cargando su guitarra eléctrica y las maletas, los dos entrando a un cuarto hermoso, grande, estilo americano, que nos recibió con pulcritud total. Donde yo, al dejar mi cartera, y respirando fuerte para ahuyentar al miedo, dije en voz alta: este es mi nuevo país.
Tengo tantas historias que contar. Quisiera que nada se me olvide. Miro a mi nueva amiga Vivian, quien trata de tomar una buena foto mía, pero como no soy fotogénica, le toca difícil. Ella postea todos los días algo especial sobre sus paseos. Yo, en cambio, creo en la palabra, ese es mi recurso. Pero, a veces me olvido, o estoy demasiado cansada, o tengo miedo de las situaciones que me toca vivir día a día, y opto más bien por dormir temprano. Sin embargo, no quiero olvidar. Quiero recordar con detalles cada uno de estos días porque estoy viviendo una aventura, y quiero apreciarla.
Ya son seis meses. Casi tres meses en mi nueva casa. Ya conozco el Palacio da Pena, los tradicionales barrios de Alfama, Morería y Baixa, todos estos paseos en compañía de Weno (diminutivo de Wenceslao), un chico argentino-checo que trabaja como guía turístico. Nos llevó al grupo de Mamis del colegio de Tiag, entre otros lugares, a la Quinta de la Regaleira donde se encuentra la Torre Iniciática. Momentos únicos de encuentro con la Historia.
Hace dos semanas, finalmente, me compré un auto, un Seat Arona que estaba en promoción, luego de haber arrendado por cinco meses. Ya conduzco en las rotondas con un poco más de confianza, aunque sigo aterrorizada por los portugueses que son calmados, extremamente calmados, increíblemente calmados, hasta el momento que se sientan detrás del volante y allí se transforman, instantáneamente, en Fitipaldis, en cohetes de a 150 km. por hora, y muertos de risa. No hay día que no vea accidentes y, por tanto, no hay día que no me santigüe y pida a mis ángeles protectores que no me dejen tener un accidente grave.
Así que, ahora que escribo sobre situaciones vividas, entiendo una vez más que lo hago para no olvidar, para poder regresar a estos archivos y así visualizar la película de mi vida, recordar cada escena, revivir cada sentimiento, recrear cada olor. Ahora mismo, estoy acostada en mi cuarto. Dani, la madre de Julius, llevó a Tiag al colegio. Yo estoy postrada por los efectos de la segunda dosis. Anoche tuve fiebre y, ahora, cansancio y debilidad. Pienso en el COVID. ¡Maldita pandemia! Tengo hambre y no soy capaz de bajar a la cocina a prepararme algo. Extraño a Lorena, la espectacular Lore, que trabajaba en mi departamento en Quito. Ella llegaba a las nueve de la mañana, entraba con su llave, y venía a preguntarme qué deseaba. Al poco rato, como magia, aparecían manjares en mi cama en los días que sufría los estragos de la terapia neural que solía hacerme cada mes. Esta vez, tengo que defenderme yo sola. Y, sin embargo, no me cambio por nadie. Quiero estar aquí, no sé bien por qué. Sigo viviendo conmigo misma y, quizás, con muchas más dificultades. Sin embargo, recalco, quiero permanecer aquí. Gracias, universo. O destino. O lo que fuere. No significa que no pase por tristezas, dolores o angustias, pero disfruto hablando portugués -mejor dicho, intentando- caminando por la playa, recorriendo la vieja y poética Lisboa. Ayer llovió. Las olas estaban bravas en la playa de Carcavelos, el viento me obligó a ponerme un saco mientras caminaba a grandes trancos con mi amiga alemana, Dani. Hablábamos de los hijos, de los problemas de la adolescencia, de las angustias que sentimos por la vida que les espera. Eso me gustó. Siento que ya salí de aquella burbuja de la González Suárez, que ahora estoy inmersa en otro mundo. En unos días salgo para Coimbra. Mi primer viaje en Ashley Wilkes, mi flamante carro color gris, que aquí le llaman "ceniciento". Y por eso le puse Ashley. Y quizás porque tiene un aire de Ashley Wilkes, personaje de Lo Que El Viento Se Llevó, no por rubio, obviamente, pero sí por su aire elegante, un triz decadente. En Coimbra, nos hospedaremos en un palacio que recuerda la trágica historia de amor de don Pedro y doña Inés de Castro. A ella la decapitaron a la ribera de un lago al pie del palacio, frente a su pequeño hijo. Acorde a la leyenda, su sangre tornó rojo al lago. El sitio se llama La Quinta de Las Lágrimas. Iremos a conocer la famosa Universidad de Coimbra. Al día siguiente, caminata por la Serra da Estrela. En Portugal, un par de mujeres puede caminar por la montaña con tranquilidad y seguridad. Será mi primer road trip en este país. Me da ilusión. Cosas que debía haberlas hecho a las 19 o 20 años, las hago ahora a los 56. Sí. Siento una enorme ilusión.
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