Lunes, 14 de Diciembre
¿Por qué una escribe? ¿Para ser leída? Supongo. Si no, para qué? Por otro lado, el lector puede optar por no hacerlo. Nada es obligación. ¿Acaso escribo por vanidad? No. No es vanidad, es una necesidad, igual que para el pintor, pintar.
Hacer algo es vivir, pero vivir, a veces, no es fácil. A veces, es más fácil estancarse.
El cambio es tremendamente incómodo. Aunque uno esté descontento con la monotonía, es duro adentrarse en lo desconocido. Tengo momentos en que miro la oscuridad de la noche y me pregunto, ¿qué estoy haciendo? Luego, me pasa, y vuelvo a ilusionarme con mi nueva vida.
El domingo por la mañana salimos del hotel a alquilar un auto. Suena algo sencillo, pero tenía miedo. Sé conducir, aunque no soy Penélope Glamour, personaje de la serie animada de Piernodauna que a mí me fascinaba de niña, tanto me fascinaba que nombré mi primera laptop, Penélope Glamour. Y, de pronto, me encontraba conduciendo alrededor de Lisboa. Parecía mentira luego de tantos meses de confinamiento en Quito. Volvimos al hotel para recoger nuestras seis maletas. Nuestras vidas ahora caben en seis maletas.
Cargado el auto, salimos rumbo a la marisquería Algués, supuestamente la mejor de la región. Allí almorzamos y, por fin, conocimos personalmente a Marta, nuestra profesora online de portugués. La había contactado en mayo pasado por internet y, desde entonces, habíamos tenido clases semanales vía Skype. Parecía increíble, por fin, conocerla en carne y hueso. Nos habíamos preguntado con Tiag, una y otra vez, ¿cómo será Marta en persona? ¿Cómo será el día en que estemos con ella? Habíamos compartido con ella nuestros sueños a través de la pantalla de la computadora. Se había entristecido conmigo cuando los papeles se demoraban y el viaje se retrasaba sin fecha fija. Ya no era solamente profesora, era amiga.
Para llegar a Algués tomamos la carretera A5 SUL. El acueducto de Lisboa se presentó con fuerza así como una cantidad de bosques y de árboles. Y los edificios rosados, porque el color de Lisboa es rosa, mi color preferido, cor de rosa como lo llaman aquí. Pensaba que ahora esos serían mis caminos, míos como en su momento lo fueron la avenida González Suárez, el túnel Guayasamín con su insoportable tráfico, la ruta Viva y sus conductores enervados. Ahora conducía bajo un sol radiante y un cielo azul que presagiaban mi nueva vida.
Para hacer tiempo, llegamos al Sharing International School, el nuevo colegio de Tiag, un edificio pequeñito en medio de árboles. Tomé una foto y le dije: Tiag, aquí empieza tu nueva vida. Tus compañeros serán de todas partes del mundo y, aunque nunca olvidarás a tus amigos de Quito, conocerás gente nueva que cambiará tu vida. Tiag estaba nervioso, pero me acolitaba. Nada fácil tener una mamá aventurera aproximándose a la tercera edad.
Comimos, mejor dicho, devoramos unos camarones espectaculares. Conversamos con Marta y Antonio, su marido, un militar portugués de rasgos morenos, serio, reservado y muy educado.
¿Y después? Arribamos a nuestra siguiente casa, el airbnb que había rentado. Un camino rural nos condujo a esta casa -moradía como la llaman aquí- en la Quinta da Luz en la parroquia Rio do Mouro. Hasta el nombre me sonaba a poema. Nos aguardaba un portón verde en medio de construcciones antiguas. Entramos. El jardín espacioso, donde las naranjas se caían a montones de los árboles, me cautivó... a Tiag, no. Tres perros nos seguían. Yo amo los perros, así que me encantó tenerlos de vecinos. Tiag, poco a poco, ha entablado relaciones con uno de ellos, la Diana.
Primer viaje al supermercado más cercano. Luego de regresar, sentí frío. Ya era noche. Estamos en invierno y la región de Sintra es especialmente húmeda. Una vez más, la pregunta, ¿en qué honduras me he metido? Ya no había marcha atrás. Al día siguiente, la empresa de mudanzas llegaría a mi apartamento en Quito para empacar mis libros y los cuatro muebles que viajarán a Lisboa: un armario, la peinadora de la abuelijita (mi abuela materna), el biombo de mi abuela paterna y la máquina de coser de mi madre….
(Continuará…)
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