No sé cómo explicarlo, pero los casis sí existen. Hace muchos años vi una película, cuyo nombre no recuerdo, que me impactó porque mostraba al personaje principal repitiendo exactamente lo mismo, solo que a diferentes horas. Y todo cambiaba. O sea, lo que tenía planificado ya no se daba. Por así decirlo, si salía de su casa a las ocho de la noche porque le llamaban para una reunión urgente, camino a esa imprevista cita encontraba a su mujer con otro hombre. Si salía diez minutos más tarde, debido a que se quedó contestando una llamada sorpresiva, le embestía un auto, dejándole mal herido. En ambos escenarios enfrentaría una situación terrible: en el primer caso, porque descubriría que su mujer lo traicionaba y, en el segundo, porque le amputarían una pierna. Así sucesivamente, se daban una serie de distintas situaciones de acuerdo a la hora que decidía salir de su casa. Unos simples minutos más o menos cambiarían el giro de su vida.
Comento esto porque a veces todo en la vida es cuestión de la hora y del azar. Una amiga muy querida escribió ayer que su hija había recibido un disparo en la sien. Aunque parezca imposible, la bala había rebotado y la chica, salvo el tremendo susto, estaba bien. Ese es un azar, el que la bala rebotase en el hueso del cráneo y no entrase directo al cerebro. En cambio, si hubiese ladeado un poquito su cabeza, estaría muerta. Por otro lado, si hubiese llegado diez minutos más tarde al lugar del hecho, nunca habría recibido un balazo.
Dicen que nadie muere la víspera. Que todo ya está escrito, que existe una hora de llegada y otra de partida. Lo pensaba por la muerte tuya, Juan. Porque tal vez si ese día no hubiéramos decidido ir de paseo, porque tal vez si yo no llevaba mi perro, porque tal vez si salíamos más tarde o más temprano. Miles de tal vez, todos con un desenlace radicalmente distinto a lo que aconteció. Recuerdo haber hablado contigo en la mañana y haber pensado que ya estábamos tarde. Pero tú dijiste que, si llegábamos antes de las tres, todo estaría bien. Extraña frase aquella: “Si llegamos antes de las tres de la tarde, todo estaría bien”. Ni te imaginabas lo que significaba. La corriente te arrastró minutos antes y, para las tres en punto de la tarde, estabas cayendo y enredándote en la roca en el fondo de la cascada. Lo sé porque, por alguna extraña razón, en medio de mi desesperación, miré el reloj. En todo caso, tomamos la decisión de ir a ese sitio y todo cambió. Me pregunto con este suceso, ¿existe realmente el libre albedrío? ¿O, en un momento dado, tomamos cierto rumbo porque ya existe un destino trazado por eventos anteriores? ¿Somos verdaderamente libres de escoger a nuestras parejas, nuestra forma de vida, nuestras carreras? ¿O acaso hay algo incomprensible que nos jala a vivir lo que nos corresponde vivir? Recomiendo un podcast tremendamente interesante al respecto. El podcast se llama Making Sense, el episodio # 39 es Free Willy el narrador es Sam Harris, un personaje que sorprende con su llamativa mezcla de un PhD en neurociencia con su dedicación a la meditación budista y a la filosofía.
En fin, este tema sale a colación porque el día sábado pasado, después del acostumbrado trote alrededor del parque de La Carolina, fui a pagar el parqueo. Al darme la vuelta para regresar a mi auto, por el rabillo del ojo pude observar que la valla de entrada al estacionamiento caía de golpe. No había ingresado un carro. No tenía por qué haber estado izada y, peor, por qué bajar y, sin embargo, caía, y justo encima mío. No sé cómo reaccioné tan rápido. Logré hacerme a un lado, pero me rozó la cabeza. Yo soy de naturaleza despistada. Ni siquiera sé qué me llevó a notar la valla. Más tarde, sentada en la seguridad de mi auto, se vino a mi mente que, si en ese instante alguien hubiera pitado o yo hubiera regresado a observar a un peatón, si por cualquier razón se distraía mi instinto de alejarme, aunque por tan solo unas milésimas de segundo, la valla me habría caído en plena cabeza. Nadie se percató de este incidente. Mi Bogie estaba ensimismado en su celular y, cuando se lo conté, ya era historia. Sentí su empatía, pero no era más que un caso fortuito. Pero yo sé que fue tan, tan cercano. Lo sentí.
Como soy dramática por naturaleza y padezco de PTSD (síndrome de stress post traumático) por días seguí reviviendo esa escena. Por mi mente desfilaron las secuelas caso yo hubiese muerto de contado o hubiese quedado convertida en un vegetal. Para mis hijos, el cambio en sus vidas habría sido radical. En todo caso, nada de eso pasó. Hoy escribo este blog como quien examina aquel evento como cualquiera otro de la vida cotidiana. Ni siquiera lo iba a mencionar hasta que leí lo que escribió mi amiga Valentina sobre las bendiciones y lo sucedido con su hija.
¿Tal vez yo fui bendecida el día sábado? ¿Tal vez un ángel me empujó hacia un lado? ¿Qué hizo que yo me volteara a mirar y me hiciera a un lado tan rápidamente? ¿Tal vez mi hora todavía no había llegado? ¿Tal vez, como dice Sam Harris en su podcast, uno realmente no decide nada, de manera que yo no tomé la decisión de ver la valla, sino que simplemente fue el producto de mis reflejos? No lo sé. En todo caso, la vida es un misterio. Tratamos de dar muchas explicaciones científicas o espirituales a situaciones que escapan a nuestro control. Y, a final de cuentas, cada mañana nos despertamos, por más que pretendamos controlarlo todo, sin tener idea de qué va a ocurrir.
Lo que sí tengo claro es que estoy feliz de haber visto la valla, de seguir indemne y de estar escribiendo este blog. Y también estoy feliz de que a la hija de Valentina, mi actriz y gran amiga, le haya rebotado la bala y esté sana y salva.
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