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Carta 67 - Luchando los Ángeles o... simplemente luchando



Fotos: Nadia Acevedo


“Mami, cuidado con destruir la sala del homeless”. Esto dice mi hija Morgana mientras estaciona para llegar al local donde van a arreglar mi maleta que se quedó sin rueda al recogerla en la terminal. Agarrada como soy a lo que todavía sirve, no quería botarla. No sé si fue un error, en Miami se volvió a dañar… En todo caso, al abrir la puerta del auto, efectivamente estoy pisando en la sala de este individuo, en plena acera. Y como tengo dislexia corporal, cualquier cosa puede pasar y puedo derrocar su vivienda. Él no logró prosperar, tal vez, abrigó sueños, pero fracasó, y ahora es uno de tantos homeless (sin hogar). Es algo que me impactó desde que llegué a Los Ángeles hace unas pocas semanas: los contrastes radicales que uno ve en esta ciudad de donde provienen el sueño, la ilusión y el glamour. Mansiones fastuosas y autopistas gigantes junto a hogares pobres y refugios construidos con basuras y deshechos.



Creo que en esta ciudad todos aterrizan con un sueño. Si Boston es la ciudad de la ilusión, pues todos los estudiantes llegan con la mochila llena de expectativas, no se viven allí el dolor, la presión y la ansiedad. Uno sí nota jóvenes estresados por sus estudios y sus futuros empleos, mas no se siente esa angustia tan común en LA, esa angustia que nace del hecho que, el futuro profesional de un joven depende, de una llamada para una entrevista, de un currículum llamativo, de poder destacarse como el mejor en medio de una frenética competencia con cientos de otros chicos igualmente talentosos y bien preparados. El mundo ha cambiado. En mi juventud no había celulares, ni redes sociales ni comunicación instantánea, pero, de alguna manera, la vida se sentía más fácil. Ahora, todo pasa de moda a la velocidad de la luz y la competencia es tan dura que, a veces, me pregunto si la vida lo amerita. Tarde o temprano vamos todos a parar al mismo hueco. Entonces, ¿se justifican horas y horas de labor incesante a fin de tratar de conseguir, no un trabajo estable, sino una simple pasantía no pagada? A veces me asusta. Dice Jacqueline Susan en su novela (1966) El Valle de las Muñecas que para cada actor o actriz que obtiene un papel, ¿10.000 otros actores pasaron una audición y perdieron? Hoy por hoy, el número se debe haber duplicado. Ningún Oscar es permanente, sostiene. La pregunta es, a pesar de haber ganado todos los premios, ¿qué estás haciendo últimamente? Como si uno fuera alarma de reloj despertador diaria. Pero no hay posibilidad de ser el segundo mejor, ni tampoco existe una relación normal entre dos personas de la misma profesión, pues todos compiten por el primer lugar. A diferencia de un abogado que ha triunfado o de un banquero, el artista está vigente solamente por la duración de ese show o esa película. Es transitorio.



Esa vida no es sencilla. Una amiga de mi hija Nadia se levanta a las 4 todas las mañanas para tomar un bus de dos horas hasta su trabajo. Ella está en el mundo de la producción de cine, donde existe la misma lucha por el puesto. Luego de concluir una pasantía en la universidad de UCLA, mi hija Nadia me explicó que allí tienes que estar preparada para un ambiente donde no hay horarios ni vida personal, donde tienes que estar disponible 24/7, donde eres casi una máquina que se enciende y se apaga a voluntad del jefe. Si quieres triunfar, debes estar dispuesta a sudarla. Nadie se atreve a protestar, nadie se queja. Si bien en Ecuador es ley pagar por una pasantía, en LA no lo es. Hace poco, recibí un mensaje de Morgana contándome que llevaba ya dos días sin dormir, trabajando gratis, motivada por su aspiración de ganar experiencia y darse a conocer. Todo esto, sin contar con las distancias. Cualquier destino en LA nos tomaba hora y media para llegar.


No sé si yo hubiera tenido la fuerza que tiene Morgana. Desde que llegó a LA a dormir en un sofá de un apartamento ubicado en lo denso más denso de un barrio donde, por las noches, no te atreves a salir, y peor si eres mujer. Ya no es la época de sentarse a gozarla, haciendo o creando arte al estilo improvisado, como lo viví yo durante la producción de mis películas Sensaciones o Un Titán en el Ring, o la preparación de mis piezas teatrales. Ahora toca cursar mínimo cuatro años de universidad y, al final, no sólo dependes de tu talento y conocimientos, sino que los planetas tienen que estar bien alineados, que las probabilidades te favorezcan o, a veces, simplemente de la suerte de caer en el 24 rojo.


Cuando entré a conocer el departamento de Morgana, lo primero que me llamó la atención es que su compañero de vivienda se hospedaba, y sigue hospedado al día de hoy, en la sala. Ése es su cuarto, cero privacidad. Él al igual que Morgana estaba luchando por conseguir su pasantía sin sueldo y, paralelamente, en una ciudad donde el carro es el único medio de transporte, estaba estudiando para tratar, por tercera vez, conseguir la licencia de conducir.



En Hollywood, el mundo de la música para películas es piramidal, o sea, un puñado gana gran fama y fortuna, un grupo modesto se posiciona en el escalón intermedio y logra vivir bien de su arte, y la masa se queda en el último escalón como empleado barato o, más probable, se despecha porque no tuvo éxito en su campo y se encamina hacia alguna otra actividad, de manera que la música le queda como un placer personal, pero ya no como su carrera profesional. ¿Qué posibilidades hay de triunfar? O la pregunta más atinada es, ¿estoy preparado para el fracaso? Las probabilidades de no lograr éxito son muy altas. Morgana compite contra cientos de otros jóvenes, entre ellos, su novio y sus excompañeros, por los mismos pocos y codiciados puestos.


A cambio de estos sacrificios, se aprende. Y se aprende mucho. Hay acceso a grandes espectáculos, a eventos que acá no llegan, a una energía diferente, que no es para todos, pero que exuda esfuerzo, pasión y ambición. Grandes ideales. Como dice mi hermano Sebastián, Morgana está en el camino correcto, ubicada en el centro del mundo. Como madre, sólo puedo sentarme a mirar. Ya los dados están lanzados, será lo que ella consiga y lo que la vida quiera darle. Lo que sí sé, es que el que se rinde pierde su banquito, alterando un poco el tradicional dicho. Hay miles de otros jóvenes profesionales listos al esfuerzo que sea necesario, a no dormir la semana si hace falta. De hecho, hay drogas, muy de moda, que permiten estar alerta artificialmente, entre ellas, la conocida Aderall, mezcla de anfetaminas, droga de preferencia de los estudiantes más destacados y de los jóvenes profesionales. No es una droga para divertirse, es para trabajar más largo y mejor, porque en estas metrópolis pujantes, nadie puede dormir mucho si quiere triunfar.


Ya de vuelta en Quito desde hace más de un mes, LA me sigue rondando, no la puedo sacar de mi cabeza. Quiero volver, de hecho, quisiera quedarme a analizarla en profundidad, siento que podría contar tantas historias. Es como el Gran Bazaar de Estambul. A mi llegada, me sentí perdida en LA. Ahora, aunque la conozco poco, percibo el espíritu de “Luchando Los Ángeles.” Pero eso me lleva a la reflexión que, aunque uno piense que es más fácil en otros lugares tal como el Ecuador, la pugna es mundial, en un planeta sobrepoblado, en todas partes se compite por la silla vacía. Lo que no ha cambiado es el sueño de triunfar. Hay tantos jóvenes que aspiran a ser los mejores en un mundo globalizado. ¿Cuántos llegarán a la cima? En este contexto, me hizo gracia que, en la última reunión en el colegio de mi hijo, un par de madres de familia solicitaron que los profesores manden menos deberes a los chicos porque, en definitiva, son jóvenes y deben tener tiempo libre para divertirse. Eso no hubiera pasado en La Condamine, donde estudiaron mis hijas. Allí las bombardearon con tareas y, al padre o madre que hubiese pedido menos estudio, simplemente le hubieran mandado por las mismas y despedido con risa sarcástica. Tal vez ese régimen moldeó a mis hijas a ser luchadoras, mientras que, a otros, les acabó. No todos los chicos están preparados para la competencia. Yo, en lo personal, no creo en eso de rebajarles la presión. A cada chico le tocará ver cómo se desenvuelve. Su vida no será fácil, a menos que sean hijos de papi. Salvo excepciones, triunfarán sólo aquellos que más trabajen.



En inglés existe el verbo “to procrastinate” que al español se traduce, mas no me parece que refleje el verdadero significado en, posponer las cosas. Aquel que procastina, voy a utilizar un barbarismo, demora o no lo logra. Yo te recuerdo, Juan Esteban, a tus 24 años, gerenciando una empresa y estudiando piano 8 horas diarias. Lo lograbas, dormías poco y casi no ibas de fiesta. Cuando te preguntaban cómo lo hacías, respondías, sonreído, dormiré cuando esté muerto. Falleciste al poco tiempo, vaya ironía. Eras así, desde los 14, cuando decidiste abandonar el colegio y auto-educarte. No te recuerdo perdiendo el tiempo. Pienso en mi hija Nadia estudiando para el examen del GRE para su posgrado. Se encerraba a las 10 de la mañana y salía a las 5 de la tarde. Y luego volvía a encerrarse un par de horas más por noche. ¿Resultado? Lo logró. Sin embargo, este esfuerzo denodado se percibe más en las grandes ciudades y, sobre todo, en LA, donde pude palparlo. La cantidad de extranjeros, coreanos, latinos y demás, todos anhelando vivir el sueño americano que significa trabajar largas horas con un sueldo que, a primera vista parece bueno, aunque a veces lo único que se consigue es mantenerse a flote.

Quisiera volver a los 20 y llegar a LA con mi morral y mis sueños. La verdad, me gusta pelearla y me gusta la disciplina. Nunca me incliné hacia el ocio. Me río de mí misma al recordar que, en mis vacaciones de verano en Quito, concluido el año escolar en París, buscaba clases de latín y de alemán. Mis amigos se reían. En ese entonces tenía vergüenza de confesarlo, ya no. Me he acostumbrado a “jalarme de las orejas” muy temprano de mañana para salir de la cama a hacer ejercicio, por menos ganas que tenga, por feo que se vea el día. Me fascina encerrarme en mi estudio a escribir por cuatro a cinco horas diarias, sin interrupciones, sin mensajes, sin llamadas, sin rendir pleitesía a mi celular, (aunque esto me cueste) El celular es una tentación.


Me enorgullece observar todo lo que van logrando mis hijas a punta de disciplina y esfuerzo. La vara está muy alta hoy por hoy, es verdad. LA asusta, es verdad. Tal vez Morgana fracase en su intento, quien sabe. A ti, Juan, no te lo permitió el destino. La muerte te llevó antes de hora y, sin embargo, a los 25 años dejaste tres discos, uno de improvisaciones grabadas en vivo, otro de interpretaciones clásicas y el tercero de composiciones tuyas. Dejaste una película estrenada y una productora armada de la que yo me hice cargo, a las malas, ya sin ánimos ni deseos. Pocos logran lo que tú hiciste a los 25. Morgana está peleando ahora en la ciudad más competitiva en el mundo del show business. La lucha lo vale. Nadia está peleando un gran puesto en alguna productaora de gran importancia luego de su Masterado. Alguna vez, un joven intérprete que vino a Quito me dijo: “Yo no vengo a pasear, vengo a estudiar”. Su madre entonces le propuso: “Vamos a recoger unas flores en este hermoso lugar, descansa”. Él respondió, “Algún día me entregarán las flores, pero para eso, ahora debo estudiar”. Es verdad, uno elige hacer una carrera, no siempre se llega a la meta, no siempre se gana, pero sí creo que vale la pena intentarlo.

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