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Carta 66 - Por las noches



Por las noches, cuando pienso que al día siguiente voy a escribir, me pongo contenta; siento que va a ser mi mejor día. Esto no es sencillo ya que la vida tiene muchas obligaciones e imprevistos y nunca nada es como parece que debería ser. Sé que Vargas Llosa se encerraba o se encierra a escribir de 8 a 12 del día y creo que parecido lo hace Isabel Allende. Pues a mí no me resulta, siempre hay interrupciones y literal empiezo a recorrer la casa con mi computadora para adaptarme a las situaciones. Eso cuando las interrupciones ocurren en casa. De lo contrario, dependiendo de los sombreros que use, debo asistir o a asuntos de mis hijos, ahora de Tiag, pero también de Nadia o de Morgana cuando me encargan cosas, debo asistir a mis propias obligaciones de trabajo o de salud o de mil tipos, nunca se sabe. Es difícil contar con un día completo dedicado a la escritura y hoy lo tengo, o al menos eso creía, porque llegó el tapicero sin avisar y me necesita, pero hoy decidí no responderle y estoy escondida. Encerrada en mi estudio y al mirar mi cuarto azul que me sirve para escribir, quiero contar en mi blog sobre lo que ocurrió el viernes por la tarde. Parecería un evento sin importancia, sin embargo la vida está hecha de eventos aparentemente sin importancia. No era el estreno de una obra, no era el inicio de un viaje, no era la graduación de uno de mis hijos, solamente era el cambio de cuarto de Tiag. Podría parecer algo banal, anodino inclusive, pero para él, era el momento de subir al segundo piso, es decir, pasar a otro estrato.



Todo comenzó hace cinco años, era el mes de noviembre, nos mudábamos a un nuevo departamento, yo más bien obligada, pues siempre he sido muy pegada a mis lugares y a la vez muy aventurera, vaya contradicción, ni yo mismo puedo explicarlo. Es decir me gusta y no me gusta cambiarme, pero eso forma parte de otra carta, Juan, porque aquí los protagonistas son tus sobrinos, no yo, aunque como buena escritora siempre quiera hablar de mí. En todo caso llegábamos a un nuevo lugar. Nadia se había ya marchado a estudiar a París, quedaban Morgana y Tiag (Todavía no llegaba el gato Lotus) y por orden de edades y jerarquías, Morgana se llevaba el mejor cuarto.



Éste era un duplex que el arquitecto que lo construyó lo había hecho así, en dos pisos, para su hija, como un acto de amor, para que ella tuviera arriba la casita de muñecas, así que verdaderamente y sin lugar a dudas, creo que es el cuarto más bonito de la ciudad, pues parecería que Rapunzel o los gnomos de la saga de los Nibelungos viven ahí. Al llegar pusimos una planta que ha ido creciendo con los años y que ahora se ha enroscado en la pared, en las maderas del techo y en la escalera dándole un aire aún más encantado aún. Dicho esto y pasado el primer relajo de cajas y maletas, Morgana empezó a ordenar su cuarto y arriba subieron todos los discos que habían tuyos, Juan, y en la repisa frente a su cama todas tus partituras. Con el pasar de los días se convirtió en su refugio y pasó dos años hasta que le dijo adiós para ir a estudiar en el Berklee College of Music. Y el cuarto se cerró, permaneció cerrado, tal como lo dejó Morgana. Muy rara vez entraba yo, cuando me daba la nostalgia, pero no quise tocarlo, porque en ese momento yo estaba pasando por un proceso de transición y la verdad es que si salía de mi cuarto a la cocina, ya era mucho. Hasta que un año más tarde llegó Nadia. Ella sería la nueva dueña, lo llenó de posters cinematográficos, de telas, de decoraciones y ese cuarto bastante serio adquirió otro toque y entonces ahora ese espacio se convirtió en su refugio, en su lugar de sueños y de llantos, en su lugar de preparación para el complicado examen GRE, con el que fue aceptada en la Universidad de Bocconi.




Pocos días antes de su partida le pedí lo más difícil, vaciar el cuarto. Durante dos días llenó cajas, vació su clóset, retiró sus adornos. De alguna manera yo trataba de protegerme para no volver y encontrar toda su energía, mas no su presencia. Cuando regresamos, hace un mes, el cuarto estaba vacío, pero los cuadros seguían ahí, me senté a extrañarla y a obligarme a prepararme para una nueva etapa. Creo que es de mujeres esto de vivir del pasado y de los recuerdos. Pero el viernes anterior se decidió por fin y se organizó la mudanza. Tiag pasaba a ser el nuevo propietario del hermoso y encantado duplex. Le tocaba finalmente, y con él llegaron sus antiguas construcciones de Lego, sus afiches de películas de terror, su escritorio, su cama, su biblioteca. Un mes antes él me había dicho: Tienes que darme tiempo, no es fácil mudarse. (Cabe decir que el cuarto queda al frente, exactamente a tres pasos.)



Pero ahora entiendo que toda transición cuesta. Dos días más tarde ha olvidado su antiguo cuarto, aquel al que decía tanto amar y que al momento y antes de convertirse en habitación de huéspedes de sus hermanas, cuando éstas vengan, está en el peor estado de desorden, libros tirados y muebles arrumados. Tiag ya no lo visita, a pesar de que me advirtió que le iba a costar desprenderse. Ama su nuevo espacio y sólo me habla de cómo quiere seguir decorándolo. Así es la vida, quedamos sólo las mamis con nuestras nostalgias y nuestros recuerdos, como película vieja de super 8 o como viñetas escritas que es lo que yo hago para tejer como Penélope la tela de la memoria que se deshace con cada nueva vivencia, pero que regresa a través de la escritura o de pronto se cuela por las hendijas, los domingos lluviosos con aire a chimenea, a chocolate caliente o a té de jazmín.



Cuenta Virginia Woolf de la importancia de tener un cuarto propio, un cuarto para escribir, para encerrarse, para refugiarse en el espacio. En El amor de mi vida, maravilloso y recomendado libro de Rosa Montero sobre su amor, es decir la literatura y los libros que le han cautivado, comenta que la madre de la narradora de Cisnes Salvajes, biografía sobre la vida de precisamente su madre en China, en la época Maoista, una de las torturas consistía en que ni siquiera podía dormir sola, una carcelera se acostaba con ella en un catre diminuto, quitándole toda posibilidad hasta de llanto, hasta de desahogo.



En el filme Le premier jour du reste de ta vie de Rémy Bezançon, hay esta escena maravillosa que trata justamente de la salida del chico mayor del hogar familiar para independizarse. Viene entonces el menor a tomar posesión del espacio. Y antes de que lo ocupe, dentro del cuarto vacío, se ven imágenes de los recuerdos, lo que pasó, la energía, los juegos de niños, las travesuras. Por eso el viernes por la tarde antes de que Tiag pasara a ocupar su nuevo espacio me senté y sentí a Morgana y a su novio de la época, subiendo las partituras tuyas, Juan Esteban y tus discos, riendo emocionados, imaginando todo lo que iba a disfrutar en su nueva morada, pidiendo una pizza gigante para celebrar, la vi escribiendo y pegando el cartel junto al espejo que decía: Seré alumna de Berklee. Vi luego la llegada de Nadia y sus noches mirando películas, decorando con las portadas de mis discos lasers (¿alguien recuerda esa antigüedad cavernaria?) estudiando en la parte de arriba que esta vez se había convertido en estudio para prepararse para el GRE. La recuerdo riendo, hablando con Sam, su mejor amiga hindú, por teléfono, ella siempre ha sido muy alegre y dicharachera y su risa, me acompañaba en mi silencio.



A veces cuando entraba, me decía: Mami, este es el cuarto más lindo de la ciudad.


Y entonces me llega una imagen: una mañana hace tres años en que timbró la antigua dueña de ese cuarto, la niña de entonces, para quien construyeron esta recámara, preguntando que si no sería molestia entrar un momentito y ver. Y al subir no poder evitar que sus ojos se agüen al recordar que en el espacio de arriba vivían todas sus muñecas. Se quedó mirando y se fue. Hoy viven en ese espacio los barcos de los piratas, que un Tiag niño construyó soñando en que al crecer, dejaría la casa para echarse a la mar. Llegará ese momento y tal vez ya no estemos aquí, tal vez, me encuentre en otro espacio, pero una pantalla similar en cualquier sitio del mundo será el espacio que a mí me salvará de mi nostalgia, del tiempo que corre rápido porque lo que sí comprendo es que lo único perenne es este negro sobre blanco, eso nunca se va.

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