Y todo paró. Dejé de escribir. No sabía si quería continuar. Tampoco sabía de qué escribir y eso ya es grave. En noviembre comenzamos a rodar la película y eso me dejó drenada. No pude contar nada sobre el rodaje. Muchas cosas, muchos sentimientos, mucha ansiedad, muchos sueños que tal vez saldrán en algún momento, no lo sé. Cuando terminamos de filmar, caí en una especia de letargo del que voy saliendo poco a poco y, lo que siempre me saca y me motiva a desempolvar este cuaderno de bitácora virtual, es encontrarme en medio de las nubes, enfrentando un viaje; esta vez a Boston, a visitar a mi hija. El plan estaba perfectamente trazado, salir a las 11 y 30 de la noche en el vuelo de Delta; aterrizar en Atlanta a las 5 y 30 y a las 7 tomar la conexión rumbo a Boston. Todo fríamente calculado para una espectacular taza de chocolate (aclaro no me gusta el chocolate caliente, salvo éste) en Max Brenner, el lugar preferido de Tiag, Lucía (la hija de mi hermano) y Morgana cuando están juntos. El paraíso de los adictos al chocolate, en eso sí me incluyo. En Max Brenner come chocolate hasta jurar nunca más volver a hacerlo. Nunca se cumple, el chocolate es mi perdición. (Es lo único que quita la depresión, garantizado.) Días antes ya saboreábamos el momento. Las mellizas cumplían el viernes 7, 22 años y esta vez Nadia la pasaría sola y Tiag y yo, compañeros ya de múltiples aventuras estaríamos con la Fata (mi hada Morgana). Pero como decía mi madre: el hombre propone y… Llegamos con tres horas de anticipación al counter, la cola avanzaba, Tiag moría de hambre. Soñábamos con estar sentados en el Johnny Rockets saboreando un deli milkshake de vainilla. De pronto, me asombró el seguir parados por ya más de diez minutos. Nada se movía. Momentos más tarde, pasaron repartiendo unos papeles: el vuelo iba a aterrizar recién a la media noche debido a la tormenta. ¿Tormenta? Al comenzar a preguntar el vuelo de la noche anterior no había salido debido a una terrible tormenta, al momento había trescientos vuelos cancelados en Estados Unidos. Un ligero frío recorrió mi espalda. Esto no iba a estar bonito. Los minutos pasaron, la fila siguió sin moverse. Nos dio las 11 habiendo llegado a las 8 y 30 con gente molesta, harta, desesperada. Nos tocóel turno pasadas las 11 y 30. Sonreí, qué podía hacer. Pensé que la señorita del counter había sido ya demasiado maltratada, así que sonreí con más intensidad y le dije que no se preocupara, entendía por lo que estaban pasando. Me miró y con rostro cansado, pero aliviada de que alguien no la insultara me dijo que ya llevaba día y medio sin dormir, que todos le gritaban, pero que ella no tenía nada que ver con la tormenta y los vuelos cancelados. Obvio, así que me dijo con pena: El avión aterriza a las 8 de la mañana. Su vuelo sale a las 7 y 40 de manera que su conexión, lo mejor que tenemos es a las 10 y 40 a Boston o si no ponerse en standby en todos los vuelos. Respiré, pensé en la Gurú Jayat, autora de un libro sobre Kundalini que me estámotivando últimamente y le dije, si eso es, adelante. Ya no pasaría con ninguna de mis dos hijas su cumpleaños, primera vez que esto sucedía. Ya nada, me asombró mis tranquilidad, alguien que no era yo, debía haber posesionado mi espíritu. Nos dieron los pases a bordo, asientos “conforto” como premio en el avión del día siguiente y nos encaminamos a los filtros de migración. Debido a la extraña presencia ocasional de Darth Vader (algo entre los más entendidos a mi vida) siempre siento temor en la salida. Nos demoraban, miraba arriba, abajo, al centro. Luego de unos buenos cinco minutos que a mí se me hicieron 10 o más, pasamos. Johnny Rockets, listos para comer, los dos moríamos de hambre, creo que fue el milk shake más rápidamente demorado y luego de eso nos sentamos a esperar, el avión seguía demorado cuando de pronto: Tiag Rosero, presentarse al mostrador. Fuimos, ¿tal vez por ser un niño nos iban a dar una bonificación? Nos miraron. Señora, su maleta ha sido elegida para revisión, el niño puede quedarse. Nerviosa, como suelo ser, no iba a dejar a mi hijo solo. Fuimos por los pasillos del subsuelo, rumbo a donde suelen estar las maletas. Hemos detectado algo extraño, abra. Procedí asustada, pensando en historias truculentas de droga metida a escondidas en maletas de señoras nerviosas. No entendemos qué es eso. Las dos botellas de shumir brillaban, sólo les faltaba saludar por medio de señas; ellas fueron las culpables. Es Shumir para mi hija. Cumple años mañana, no puede celebrar sin Shumir, ningún ecuatoriano que se respete lo hace. Varias señoras aparecieron atrás mío. A nosotras también nos pararon, por llevar Shumir para nuestros hijos. Los agentes nos miraron, miraron la botellas, supongo que las querían para sí. Nosotras, madres leonas, los mirábamos desafiantes. Las botellas volvieron a las maletas y las maletas entraron al avión. El Shumir lograba embarcarse rumbo a los USA. Tal vez era una nueva regla de Trump, no quiere Shumir en Estados Unidos, pero en todo caso, sonreímos todas las detenidas, el Shumir entraba al avión. Abordamos y antes de despegar ya estaba dormida. Tiag mirópelículas fascinado con la pantalla y yo desperté en Atlanta. Ok, era imposible pensar en llegar a la primera conexión. Pasamos migración y entregamos las maletas para Boston. ¿Tiag qué hacemos? Mami, peguémonos un desayuno a lo bestia. De acuerdo. Eran las 8 de la mañana, el vuelo salía a las 10 y 30, pero de la noche. Buscamos una cafetería y nos tomamos todo el tiempo del mundo. Huevos revueltos, hash browns, tostadas, todo sabía a gloria. Pero pasada la hora de estar sentados en el restaurante, el día se perfilaba largo. ¿Qué prefieres, Tiag, hacer algo turístico en Atlanta o chillear en un hotel? De una, chillear en un hotel. Eran las 9 de la mañana. Creo que yo también daba lo que fuera por chillear en un hotel. El problema es que con esto de la tormenta casi todos los hoteles cercanos al aeropuerto estaban sold out y además la hora de entrada era a las 3 p.m. Llama y llama conseguimos en Motel 6. Sentíel paraíso cerca. Fuimos a esperar el shuttle y llegamos a la única habitación disponible. Tiag encontró que era el mejor hotel del mundo porque había una máquina de golosinas en la esquina del pasillo. Yo vi una cama a la que me lancé y Tiag otra y caímos dormidos por horas luego de conversar, reírnos, prender la tele y hasta ver como Tiag saltaba sobre la cama. En ese momento pensé que estábamos de vacaciones, que aunque mis mellizas estaban cumpliendo años solas, yo había revertido el estado de ánimo y lo disfrutaba. Empecé a escribir este blog que se está terminando recién ahora (mayo 23) y caí dormida, profunda. Como a las dos de la tarde desperté. Estaba deprimida. No había logrado llegar al cumpleaños de mi hija. Faltaban algunas horas para ir al aeropuerto. Puse la televisión: Frank Sinatra y Shirley Mclaine en “Some came running”. Eso me levantó el ánimo. Tiag estaba sobre la cama llena de golosinas. Seguí escribiendo. Me gustó volver a sentir esa felicidad extraña que me da cuando pongo lo que siento o cuento historias. Volví a pensar en la película que tanto me ha drenado. Ya llegará el momento de volver a hablar de este sueño que ha durado más de cuatro años. Pasó la tarde. Entendía que uno propone, pero el más allá dispone. Llegamos al aeropuerto, avión demorado. Tal vez no salía esa noche. Ahora sí ya no iba a cambiar mi estado de ánimo. Quería llegar a Boston a ver a mi hija. Salimos, a las doce de la noche. La familia que estaba junto a nosotros rumbo a Denver no lo logró. No saldrían esa noche. Nosotros llegamos cerca de las tres de la mañana, sin maletas. Pero estábamos en Boston y a las doce del día siguiente en Max Brenner, nunca me ha sabido tan rico un chocolate. La semana transcurrió tranquila. Las maletas llegaron. Boston Common, Boston Symphony, mi cuñada Isabel y Víctor con quien reímos hasta la media noche de un miércoles, María Paula, la amiga de mi hija con quien fuimos a Harvard, entramos a la escuela de leyes y nos metimos a una clase vacía. Qué bonito sería tener dieciocho años y empezar todo otra vez, con sueños, ilusiones y el morral vacío. El sábado salí rumbo a Connecticut a conocer el lugar donde Tiag pasará un mes de aventuras: Camp Emerson. Fui con mi tío Gro, con el que siempre hablamos de la vida, de los sueños, del pasado que fue, pero que nos llena de una nostalgia dulce. De ida, hasta recogerlo me acompañó Fleetwood Mac, Boston, Led Zeppelin y muchas canciones setenteras y ochenteras que me devolvieron a mis veinte, a esa época cuando iba a Providence a visitar a mis amigos. Cayó la noche, regresamos a Boston a cerrar maletas. Domingo volvíamos a Quito. ¿Quépuedo decir de esto? Que he reiniciado mis blogs, que estoy recomenzando a escribir, poquito a poquito y que sí se puede cambiar el chip, lo más feo puede volverse bonito. Sólo es cuestión de creérselo y poner buena cara. Yo siempre he tendido a ser negativa, pero me estoy entrenando a ver el vaso más lleno. Toma tiempo, no es fácil, pero hay momentos en que me digo: lo estás logrando, Viviana. Es como trotar, yo no podía hacerlo por más de un minuto, y hace tres semanas no pude creerlo: había logrado darme la vuelta entera al parque de la Carolina.
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