Charles Dickens en un hermoso cuento, cuyo nombre no recuerdo, habla del sentimiento de tristeza que se produce luego de la Navidad. Charlie Daniels Band en una de mis canciones preferidas sobre Carolina del Norte habla de cómo Navidad siempre parece lejana. Y una Viviana de 6 años se encuentra sentada en un sofá mostaza en el cuarto de su madre preguntando con vehemencia en Julio cuánto falta para la Navidad.
Desde niña, el 24 de Diciembre fue mi día favorito y no importa lo que ocurra en mi vida, esa fecha siempre ha sido algo muy, pero muy especial. En momentos amargos, me las he arreglado para sentarme a ver películas navideñas y proporcionarme a mí misma una dosis de ese sentimiento festivo. Por eso voy a referirme a situaciones especiales a lo largo de mi vida que me han marcado y que ahora me acompañan.
1971: Una niña llamada Viviana tiene seis años. La Navidad ha llegado. Desde la mañana la pequeña salta de emoción al despertarse y encontrarse con el día nublado y frío. Navidad para ella debe ser lo más parecida a sus libros de cuentos, y ya que la nieve no llega a su ciudad, por lo menos, el sol, durante ese día debe esconderse. La casa huele a buñuelos. Su madre se ha preparado para recibir a todos su hermanos y cuñados con ese delicioso postre, tradición de la abuela que ya no está más. La recepción será a las 5 de la tarde. La niña ayuda en todo lo que puede y cuando la mandan a hacer la siesta para poder aguantar hasta la misa de gallo, da vueltas en la cama con vehemencia y no logra conciliar el sueño. Al salir engalanada con el vestido de noche no cabe en sí de gozo al ver la casa y el árbol lleno de regalos. El aroma del perfume de las novias de sus tíos la llenan de felicidad.
1981: Mi padre acaba de fallecer, apenas dos meses atrás. Tengo 17 años y me encuentro con mi familia viviendo en París. Aparentemente todo da para estar tristes, pero mi madre que siempre fue un ser de luz, a las 3 de la tarde me mira y me dice: Vamos a ver tu regalo. Juntas bajo frío invernal salimos y es así como recibo dos pares de botas a la última moda, aunque eso no es lo importante. Lo hermoso es la sonrisa de mi madre a pesar de haber perdido hace tan poco tiempo al amor de su vida. Por la noche, aún si la tristeza nos acompaña, ella hace que esa noche sea especial. Estamos con mis abuelos y mismo si ellos lloran, ese momento se trastoca y se convierte en oro.
1993: París. Mi hermano Juan Esteban ha fallecido y vamos a pasar allá en recuerdo de él. Otra vez la sonrisa de mi madre, las copas de champagne, el brindis por la vida y hermosos paquetes que me llevan a soñar.
2004: Acabo de dar a luz a mi príncipe y mi madre decide hacer un nacimiento viviente. Cuando subo el divino niño recién nacido es mi hijo Tiag. Nada hará que olvide ese momento.
2012: Esta vez la madre acaba de fallecer y los tres hermanos decidimos ir a pasar en Roma. Aparentemente va a ser una Navidad triste, pero Lucía, la hija de mi hermano Sebastián saca unos huevos Kinder. Aquella golosina era lo que la abuela les daba a los nietos cuando llegaban a su casa. Con eso, todos nos unimos y esa noche se convierte en algo hermoso. Habiendo llegado agotados habíamos decidido ya no ir al restaurante al que se pensaba y Sebastián, cual verdadero Santa Claus sale en busca de comida y regresa con un montón de platos hindús que degustamos entre lágrimas, nostalgia y alegría.
2015: Decido hacer una casa habierta para festejar muchas situaciones, entre esas un reencuentro de toda mi familia. Decido que por primera vez en mi vida la Navidad se celebre en mi casa. Me coloco un gorro navideño, canto villancicos y rezamos la novena. Me he preparado con tanta ilusión y la noche es mágica. Todos estamos unidos. A mis hijas les he regalado como sorpresa un video de su niñez y en el salón del fondo está el rostro de Vivien Leigh cenando en la afamada Anna Karenina. El padre de las niñas prepara Ajiaco y nuestra Rosita, la empleada de toda la vida, sirve el pavo. De postre degustamos un budín de chocolate receta de mi abuela paterna. Reímos, cantamos, recordamos…
Pienso que cada ser humano tiene sus momentos únicos, especiales, aquello que hace que la vida valga la pena vivirla. Yo soy una convencida de los momentos mágicos, aquellos en los que se logra convertir el metal más duro en oro. Eso es magia, alquimia. Soy una convencida de que la vida es hermosa y que los rituales son lo que hace especial el vivir. El de la Navidad es uno de lo rituales más hermosos, la leyenda de un mesías que nacería para enseñarle al mundo a amar. Sin ser yo católica, es una de las leyendas más hermosas y el 24 de diciembre es para mí un día lleno de milagros. Me gusta pensar que todos nos damos amor. Más allá del comercialisma y de que los centros comerciales estén atestados, pienso que si todos están comprando regalos, es porque se está pensando en los seres que hacen de nuestra vida algo especial. Es el pretexto para reunirnos, para querernos, para perdonarnos. Estas fecha me saben a dulces y a pasteles recién horneados. En definitiva me encanta la Navidad.