Crédito: María del Espíritu Antequera
¿Cómo regresa una a la normalidad? Curioso, soñaba con estos momentos y ahora no sé qué hacer con el tiempo. Han pasado casi dos años de la muerte de mi madre, tres y un poco más desde el horror del cáncer. Soy de alguna manera otra persona. He vuelto a reír, he vuelto a creer en la vida y siento una energía y una vitalidad que no he tenido en muchísimo tiempo. Sin embargo, hay como una nostalgia por los días en que subía a empacar el apartamento de mi madre en compañía de mi hermana Lorena. Las conversaciones en una casa que fue de tantos años, con muchísimos recuerdos y que nos cobijaba aun cuando cada vez quedaba más vacía. Había unas galletas de marzipan en el suelo, en medio de las cajas, que estaban dentro de una caja muy grande, de verdad grande y que con el pasar de los meses quedó vacía. Me gustaría ahora subir a tomar un expresso descafeinado con mi hermana y comer unas galletas de marzipan. Seguir mirando objetos y hablar. En esos días todo era presión. Yo contaba la cantidad de cajas que hacía diariamente. Lleguéa tener un total de 320 entre mi departamento y el de mi madre. No podíamos detenernos porque teníamos una fecha límite de entrega. La verdad es que cada mes luego de la muerte de mi madre estuvo cargado de entregas: premiere de la obra de teatro, premiere de la película, buscar un apartamento y comprarlo, graduar a mis hijas, ir a dejar a Nadia en París para su universidad, regresar a empacar, salir del edificio, llegar al nuevo, desempacar, viajar a ver a Nadia, regresar, volver a viajar con los festivales de la peli, regresar, colapso total de mi casa, levantar la terraza, levantar el piso, empacar otra vez, y ahora de pronto, sólo se escucha el piano de Morgana y mis pasos alrededor de la casa buscando actividades. Lo que tanto esperé ha llegado, paz total y yo no sé qué hacer. Tampoco quiero actividades, no entiendo cómo Lorena y yo hicimos lo que hicimos. Sólo me siento extraña; finalmente una se acostumbra a todo, hasta a las situaciones más fuertes. Hay momentos en que termino extrañando la banca del Hospital Metropolitano donde Lorena y yo conversábamos en voz baja mientras Mamá dormía.
Por eso pensaba en algo que me ha sacudido y me ha gustado; a través del fb reencontré a una antigua amiga, de quien mi hermano Juan Esteban estaba locamente prendado: La Pitu, una chica llena de carisma y simpatía. Ahora, vive en Buenos Aires y cada día me sorprende con algo; y sobre todo con su enorme capacidad, muy sana para recordar. Muestra fotos de sus padres de niños, de ella de joven, en su niñez; hace poco sacó a relucir un primer rock escrito de niña y así cada cosa, y me contagia su gana de hurgar. A eso quiero dedicarme, a cada día abrir uno de los tantísimos álbumes de fotos y digitalizar las mejores, quién sabe si a mis hijas o a sus hijos respectivamente les interese un pequeño viaje al pasado. Cuando era pequeña yo soñaba que me encontraba una caja de cartas de alguna antecesora y que me remontaba a sus penas, alegrías y sueños. Ahora tengo en mis manos las cartas de mi padre a mi madre, las de mi hermano Juan Esteban a muchos de nosotros, las de mi amigas cuando vivía en París, las entrevistas a Juan Esteban; cuánta cosa que me gustaría digitalizar, sin dolor, sino con mucha luz, porque me he dado cuenta de que el pasado acompañado de un té chai o de un americano descafeinado adquiere aroma de película y eso me gusta. Para el próximo verano en que me preparo desde ya a ir a dejar a mi hija Morgana en Boston donde quiere culminar sus estudios de música, tengo previsto ir a visitar a mi tío Gro para grabar todo lo que él recuerde sobre mis abuelos y sobre su vida. Tiene una memoria perfecta así que no le será difícil. Me contará lo que él quiera. La historia de nuestra familia ha sido una historia como todas las historias hechas por seres humanos, llena de momentos hermosos, de sinsabores, de caídas, de errores cometidos, de perdones, de dolores, de encuentros, desencuentros y reencuentros; con olor a campo, a alfalfa, a leche recién ordenada, a polvo, a ciudad pequeña, a cantos. Pienso que el hurgar lleva a crear, al menos así me ha sucedido a mí. Soy una persona tremendamente apegada a su pasado, a sus recuerdos, a las fotografías, a las cartas. Me gusta descubrir quienes fueron los que me antecedieron, con lo bueno y con lo malo porque eso los hace humanos. No glorifico, ni deifico. Y la verdad es que me pregunto, ¿si uno no recuerda, para qué sirve una vida? Cuando falleció mi papá tenía 17 años y mis abuelos paternos vinieron a visitarnos en París. Todos los días hablábamos sobre mi padre y los dos lloraban, pero mi abuelo sonreía y me decía: “Algún día el recuerdo se volverá dulce, hijita.” Y es verdad, en todos los casos he palpado la dulzura del recuerdo. Creo que igual soy una persona que vive el presente. Me gusta todo lo que de alguna manera me está ocurriendo en este momento. Y vivo de cada situación. Ahora mi presente es el gato Lotus que llegó hace un par de semanas. De pequeña tenía un gato, el Skippy. Lo inmortalicé en un cuento. Ahora Lotus llena nuestros días. Es blanco, ojos azules y pelaje esponjoso. Me gusta que esté en la casa. Parece un tractorcito cuando se pone a ronronear. Desde que llegó ya sabía usar su caja de arena. Juega con mis hijos, se trepa al piano y escucha a Morgana estudiar. ¿No es ese un bonito presente?