Por los años 60, las calles de Quito fueron testigo de la presencia de una mujer extravagante, que, por su característica manera de vestir y la forma en que se defendía con su bastón de los molestosos niños, recibió el sobrenombre de La Torera. Esta mujer, cuyo nombre real fue Anita Bermeo, se convirtió en un personaje importante que ha dejado una gran huella en la historia de la ciudad, al sentirse su dueña y señora. Caminaba por todas las calles contando las piedras y reclamando cuando sentía que faltaba una. Al parecer, llegó a la capital luego de escaparse del hospital psiquiátrico de la ciudad de Ambato. Desde entonces, comenzó su deambular diario vestida con ropa muy elegante, pasada de moda, una mezcla de colores y estilos, regalo de las damas de sociedad. Desde los zapatos de tacón alto, que algunos describen como de porcelana, pasando por los guantes largos, el sombrero adornado con flores y plumas, las blusas blancas de encaje y las diversas chaquetas, hasta las faldas del más fino paño, su atuendo la hacía única y original. Su estrafalaria presencia despertaba la curiosidad de todos quienes, día a día, la veían ir y venir.

La obra, interpretada por Valentina Pacheco, quien da vida a múltiples personajes, ofrece los testimonios de aquellos que compartieron con ella sus largas caminatas paso a paso, y de quienes disfrutaron con ella las tardes de té en la cocina o en el cuarto de atrás de las casas aristocráticas.

Es a través de estas narraciones que descubrimos la controversial historia de Anita Bermeo, La Torera. ¿De dónde vino? ¿Dónde obtuvo tan glamoroso vestuario? ¿Cuáles fueron sus sueños y angustias? Al tratar de responder estas preguntas, nos adentramos en el fondo de este personaje tradicional del Quito del siglo XX, quien vivió sus últimos días en el asilo de ancianos Corazón de María.