Viviana Cordero
El paraíso de Ariana
200 páginas | Español
Ante los ojos aterrados de la pequeña Ariana, los médicos se llevan a su abuela al hospital. Su miedo la hace hundirse en sus recuerdos que se inician cuando ella tenía cuatro años de edad.
Ella observa el mundo de los grandes con avidez y curiosidad. Los diálogos de los adultos llegan a sus oídos como música de fondo, la envuelven y la hacen descubrir poco a poco el camino de la vida. Para ella su abuela es su mundo, es el norte de su infancia, y si ella llegara a desaparecer todo se derrumbaría.
Veinte años después su abuelo cae en coma. Esta agonía completa la historia. Ariana vuelve en su niñez y la enfrenta desde su punto de vista de adulto. Siente el peligro asechante y por eso se aferra a sus recuerdos. Recuerdos aparentemente llenos de todo lo bueno y lo mágico que tiene la niñez, pero que a la vez son un cúmulo de angustia y pavor.
Este ir y venir del presente y del pasado crean en la novela un movimiento y un interés especial; se produce una dualidad entre el pensamiento de una niña y el de una mujer, los dos unidos por la presencia de la muerte.
Fragmento
Castigo divino
Pag. 70
Fui arrastrada con fuerza hacia afuera. La luminosidad de sol golpeó mis párpados, que no querían abrirse. Luego de unos instantes entreabrí uno de ellos; no era La Torera quien me arrastraba, era la Abuelijita.
—¡No te sueltes y corre! —me gritaba mientras volába mos por las calles perseguidos por La Torera.
Una vez sanos y salvos en la casa, sin poder contenerse, Abuelijita se echó a llorar. Nos dijo que éramos muy malos y Joaquin, furioso y herido en su orgullo, se encerró en su cuarto y no salió ni siquiera para comer. Yo me quedé desconcertada. Era la primera vez que veía llorar a un adulto. Pensaba que los grandes no lloraban. Quería pedirle perdón, pero me sentía tan confundida que no sabía cómo hacerlo.
Cuando llegó la hora de almuerzo, la Abuelijita le contó al abuelo Víctor Manuel que nunca imaginó encontrarse a esa loca dentro de una iglesia y que sintió mucho miedo.
—Pero, Morica, hijitá —le respondió riéndose el abue lo-. No es para tanto, lo que desencadenó todo fue tu temor, es muy probable que si te hubieras quedado tranquila nada habría pasado, pero claro, si echas a correr, La Torera no se va a quedar tan campante. Te siguió porque probablemente pensó que te estabas burlando.